El sexo no lo es todo... o si "Introducción al glamour venenoso" (Capítulo 1)

lunes, 30 de septiembre de 2013
Nueva York, 17 de septiembre.



Un día más empieza, y yo sigo buscando mi sueño. Me llamo Sam, tengo diecisiete años y mi gran meta es poder ser fotógrafo. Sé que es un poco cliché y que esta ciudad está llena de los mi profesión pero siempre he pensado que soy especial, aunque como cualquiera supongo.

Vivo en un piso de mala muerte, no es que sea indigente pero no tiene ningún lujo. Solo es una habitación que me puedo permitir alquilar por cuatrocientos dólares al mes gracias a un trabajo de camarero en una de las cafeterías más famosas de Nueva York.

Poseo una cámara normal, una réflex de un típico fotógrafo que es como mi hija. La trato con cuidado y la llevo a todos lados, incluso en mi trabajo la llevo colgada al cuello mientras sirvo las mesas.

Vivo aquí porque creo que es la única oportunidad de encontrar algún hueco en el mundo de la fotografía, es duro y arriesgado muchas veces pero he conseguido fotografiar a varios famosos gracias a mi trabajo. Ahora mismo salgo hacia allí, corriendo ya que llegaré tarde y no me lo puedo permitir.

¡Esta es la cafetería! Ocupa el triple que cualquier local en el centro, con grandes carteles luminosos y una pequeña entrada V.I.P para cualquier celebridad que quiera intimidad. Entré y me colé rápidamente por la barra, no quería llamar mucho la atención así que fui directamente al almacén.

-¡Hey Sam! Otro día llegando tarde, pero tranquilo que gracias a mi rendimiento nadie se ha dado cuenta –saludó Christian, revolviéndome el pelo.

Fue el primer amigo que hice, ya que hasta que no entré a trabajar no tenía ninguno. Es camarero pero su sueño es ser modelo, y yo le veo bastante futuro, mide un metro ochenta y dos con su pelo negro corto y esos ojos azules cautivarían a cualquiera.

-Gracias Christian –sonreí, poniéndome el delantal del café.

-¿Sabes que hoy viene uno de los más grandes empresarios? Están todos bastante revueltos, sería una oportunidad para que intentases  sacarle un par de fotos, seguramente las vendes a muy buen precio –comentó mientras sacaba un pack de coca-colas.

-No sé si debería arriesgarme, la última vez le saqué fotos a Jennifer López y casi me echan…

-A veces hay que hacerlo tonto, te intentaré cubrir y distraer a todos para que puedas hacerlo, ¿vale?

-Bueno…está bien.

Me esforcé todo lo que pude atendiendo  a los clientes, más que nada porque estaba nervioso de cuando llegara aquél momento. Seguramente vendría por la noche, como casi todos los famosos. Era una oportunidad para intentar escalar un paso más, y para poder subsistir en Nueva York, que era bastante caro.

-Oye Sam, ¿puedes hacer doble turno? Tenemos un invitado muy especial esta noche y estaría bien que lo atendieses tú –dijo mi jefe, Ron. Era el típico que iba de gracioso y que no hacía ninguna gracia, además de que nos sobrexplotaba como quería.

-Ah, bueno claro…-no tenía otro remedio, me dificultaría el sacar tiempo para hacerle las fotos pero por lo menos no llamaría tanto la atención mi presencia.



La noche cayó y la clientela aumentó, era habitual en los turnos nocturnos. Venían todos los pijos, por llamarlos de alguna manera con sus amigos antes de irse a disfrutar de la vida en las discotecas. ¿Les tenía envidia? Un poco, a mí me hubiera gustado tener una vida un poco más desahogada pero no tenía opción, así que solo me tenía que resignar a atenderles con una sonrisa en mi cara.

-Sam, ves ya a la parte V.I.P reservado, antes de que entre el señor Flanagan con su acompañante.

-Vale –sonreí a Christian dejándole la mesa a él. Me limpié un poco y corrí rápidamente al reservado, a esperarlos.

Y ahí lo vi entrar, tenía el pelo un poco revuelto y corto, de un color ámbar extraño pero exótico. Sus ojos eran verdes como las hojas del bosque y encajaba en el traje seguramente de marca, que llevaba de color negro. Era tan atractivo como había oído decir a Amanda y Carla, mis otras compañeras de la cafetería. A su lado lo acompañaba un chico más joven, vestido con una camisa y unos pantalones ajustados.

-Buenas noches señor Flanagan, ¿qué va a desear para tomar junto a su acompañante? –pregunté sacando la libreta. Quería terminar rápido, me ponía nervioso.

-Hm…tráenos un par de aperitivos de la casa, y un café a cada uno –respondió tajante, mirándome de reojo.

-Está bien –respondí girándome para ir pero la voz del otro me detuvo.

-Oye chico.

-Dígame.

-¿Eres gay? –preguntó el acompañante del empresario, cosa que me hizo sonrojar a unos extremos que ni siquiera me podía imaginar.

-Eh…

-Déjalo tranquilo, te puedes retirar.

-Ah claro –respondí rápidamente para irme lo más rápido posible, no quería quedarme un segundo más.

Entré en la cocina pidiendo lo que me habían mandado, mientras Christian se me acercaba lentamente con una media sonrisa en la cara.

-¿Qué tal ha ido?

-Bueno, normal supongo… ¿podrías llevarle tú la comanda?

-No, para nada. Ron dijo que te había pedido en exclusiva a ti, así que no puedo.

-¿A mí?

-Sí, yo también me extrañé un poco pero bueno tranquilo, seguro que salen por la parte de atrás y allí puedes aprovechar.

-Vale, pues terminaré rápido con esto.

Llevé nuevamente lo que habían pedido y me retiré sin decir alguna palabra, me daba igual que no me dejaran propina, no la quería. ¿Por qué me preguntó eso? Niño mal criado. Seguramente sería el primo del empresario. Ahora que lo pienso, ¿Cuántos años tendría? Creo haber leído por ahí que veintiocho, aunque no estaba seguro.

Esperé hasta que decidieron marcharse, sigilosamente los seguí por la puerta de atrás con mi cámara, eché un par de capturas sin flash así que ni se dieron cuenta. Se subieron en una limusina de color negro y se marcharon por el callejón de atrás. Bien ¡ya tenía material para vivir aquél mes!

Cuando terminamos por fin, fuera de la cafetería abracé a Christian fuertemente, ya que sin su ánimo no podría haber hecho nada.

-Muchas gracias, siempre me estás apoyando –sonreí.

-Nos ayudamos como amigos que somos tonto, no te preocupes –me revolvió el pelo, como siempre hacía.

De pronto una limusina se paró enfrente nuestro, se bajó el cristal un poco y dejó ver al señor Flanagan detrás, ¿qué hacía aquí?

-Tú chico, sube –me señaló.

-¿Yo?

-Bueno Sam, nos vemos mañana mejor –se despidió Christian, me dio un beso en la frente y se fue corriendo. Seguro tenía que coger el metro.

Abrí la puerta del coche y vi cómo estaba sentado y entre sus piernas arrodillado el chico de antes, haciéndole una…felación. ¿Qué demonios?

-Lo siento, p…pero está ocupado. Mejor me voy a casa –tartamudeé como un idiota y volví a cerrar la puerta. Seguí mi camino pero la limusina me seguía a mí lado.

-Como no subas me querellaré contra ti por sacarme fotos en mi privacidad, así que ya puedes estar subiendo si no quieres estar pagándome hasta que te mueras –dio frío, ¿Cómo sabía lo de las fotos? Volteé a mirarlo un poco asustado, haciendo caso. No me quedaba otra.

Me senté lo más alejado de él que podía, no quería mirar sus partes íntimas que estaba siendo feladas por aquél chico que parecía estar disfrutando fervientemente de todo eso. Comencé a mirar por la ventana, intentando evitar toda posible pero inevitable conversación.

-Ese que abrazabas, ¿era tu novio?

-No… ¿para qué quería que subiese?

-Mírame.

-No gracias.

-Pues me querello.

-Vale ya lo miro, ¿qué? –pregunté volteándome mirándole a los ojos, para que no se me fueran a otra parte.

-Tengo un trato que proponerte –dijo mientras cogía con su mano la cabellera del chico y le aumentaba el ritmo.

-No estoy interesado.

-¿Ah no? Para alguien que vive en una chabola y tiene que hacer milagros para sobrevivir cada mes, te regodeas bastante.

-¿Cómo sabe sobre mi vida?

-Yo lo sé todo.

-Seguro que si –me molestaban estos tipos pedantes, se creían dueños del mundo, pero no podía expresarlo. No mientras tuviese una amenaza de querella sobre mis espaldas.

-Seguro.

-No estoy aquí para cuestionarle su capacidad sobre espiar a los demás, no acepto y punto. ¿Me puedo bajar ya?

-Si no has oído lo que te quiero proponer.

-Está bien, dígame.

-Tú me das los chivatazos de los empresarios que van a la cafetería y me dices de que cosas hablan, a cambio te garantizo una vida mejor.

-No me interesa, ¿puedo bajar ya? –no iba a sacrificar mi orgullo y mi moral por alguien así.

-¿Por qué no?

-Porque no.

-No me vale.

-Me da igual.

-A mí no.

-Pues a mí sí.

-Es que no sé desde cuando piensas que me importa tu opinión, lo harás quieras o no, insolente.

-Por favor, me quiero bajar ya –suspiré. Supongo que todos los empresarios grandes son así.

-Lo harás –me cogió del pescuezo rápidamente, obligándome a mirarlo a los ojos.

-Me da miedo… -sollocé. No me gustaba mostrarme débil ante los demás, pero no pude evitarlo. Era un cabrón.

-Debes tenerlo –recordó-. ¡Ah! joder mira lo que has causado –girando su mano me hizo mirar como el chico tenía la cara manchada de semen, no pude evitar sonrojarme. Odiaba que el carmín cubriese mi cara, si era verdad que lo relacionado con el sexo me daba vergüenza pero no por eso tenía que demostrarlo.

-¿Quieres hacer la segunda ronda?

-¡Suéltame! –lo empujé, logrando zafarme del agarre.

-Bien, lo harás porque si no lo haces me encargaré de que te echen de la cafetería aparte de que me querellaré contra ti, no hace falta explicarlo otra vez. Mañana van unos empresarios asiáticos, así que quiero que oigas todo lo que dicen. Te espero mañana a las seis de la tarde en el edificio cuatro de Wall Street, ¿entendido? Espero que sí, y ahora bajas si no quieres que tu virgen culo quede más abierto que la gran manzana.

Bajé lo más rápido que pude, estaba fuera del pequeño complejo de apartamentos de donde vivía, ¿por qué me tocaban a mí estas cosas? A partir de ahora iba a estar sometido por ese pervertido de mierda que se piensa que puede controlar el mundo. No iba a poder soportarlo.

Un mes pasó y la cosa había cambiado, estaba bajo las órdenes del gran Bill Flanagan, encantador de serpientes, rey de los capullos. No era por iniciativa propia, pero no me quedaba otra si quería seguir viviendo como una persona normal.

-Joder Sam te veo con ojeras, mal…diría que tu pelito castaño está más apagado. Tus ojos pardo no tienen casi vida, ¿qué te está pasando? –preguntaba Christian suspirando- además estás más delgado de lo normal, eres demasiado bajito como para estar descuidándote.

-Estoy bien…-mentía, no estaba bien. Últimamente me acompañaba a casa y seguía de largo al metro al acabar en la cafetería, y la verdad es que se apreciaba.

-Mentiroso, ¿te pasó algo con Flanagan esa noche?

-¿Eh? Ah no… bueno, nada interesante supongo. Eres un amor por preocuparte Christian, de verdad –sonreí lo más alegre que pude.

-No te preocupes tonto, lo hago porque me importas –me dio un beso en la frente, oyendo un carraspeo en frente nuestro. Era él.

-¿Tienes algo qué hacer aquí? –preguntó fríamente a Christian, quien se cohibió rápidamente.

-Vete Christian, nos vemos mañana en la cafetería –intenté sonar seguro.

-¿Le quieres hacer algo a Sam? –preguntó desafiante.

-Hombre si me lo preguntas así, muchas cosas me gustaría hacerle –respondió pícaro.

-Va Christian, no pasa nada. Mañana hablamos –insistí.

-Eso, eso, mañana habláis. Yo soy más de práctica.

-Calla Bill –repliqué, no sé porque se sentía con derecho a decir lo que quisiese sobre mí cuando no era verdad.

-Cállame tú.

-Christian, hazme caso por favor –se encontraba tenso, así que lo tomé por los hombros para que no hiciese ninguna tontería- mañana nos vemos, de verdad.

-Está bien, pero cualquier cosa me llamas –me dio otro beso en la frente, para después irse no sin cruzar la mirada con Bill, quien le sonreía altivamente.

-Me has hecho esperar zorro, ¿a qué esperas para invitarme a tu casa? Tenemos cosas de las que hablar.

-No hace falta que entres a ninguna parte, tengo el informe arriba espérame aquí.

-¿En un barrio de mala muerte? Ni lo sueñes. Vamos.

-Está bien pero te quedas en la entrada solo –rechisté amargamente. Me tenía agotado- espérate aquí, ahora te traigo el informe –dije entrando a la casa.

-¡Pero qué casa más…pobre! –exclamó riendo, pasando sin mi permiso.

-No todos somos multimillonarios extorsionadores.

-Tienes razón, que suerte tengo.

-Idiota. Toma, este es el informe. Ahora vete –dije extendiéndole un sobre grande.

-No, pasemos a la parte dos –lo cogió y rápidamente me agarró de la cintura- ¿tienes una cama decente?

-¡Déjame! –exclamé empujándolo.

-Deberías coger la casa que te ofrecí antes de vivir aquí. Mis trabajadores no pueden vivir mal.

-No quiero nada tuyo, vete ya por favor.

-No sé a que puede venir tu odio por mí.

-Creo que está claro, a nadie le gusta estar coaccionado.

-Hm… ¿por qué no te callas y haces lo que te digo? Es tan fácil –preguntó al aire, como si de verdad este le estuviese escuchando.

-¿Y si me dejas en paz, abres la puerta y te marchas? Estoy cansado, yo trabajo. No como otros –no le mentía, me sentía totalmente agotado y a él le gustaba molestar, mucho.

-Eres un poco bastante tozudo, me agobias. El Christian ese, ¿es tu novio? –preguntó con indiferencia, mirando las pocas figuras que tenía en el recibidor- porque es muy horrible, maleducado y vulgar.

-Eh tío, márchate ya. No estoy de humor para aguantar tus tonterías, ya tienes el informe y ya sé que tengo que hacer no te preocupes –dije borde, no me gustaba que se metieran con mis amigos. Christian era el único que se había preocupado de mí en Nueva York, no iba a dejar que lo pusiesen de vuelta y media delante de mí.

Se me quedó mirando, con una mirada que mataría e intimidaría a cualquiera que la viese. ¿Se había enfadado? No había hecho nada malo, pero la verdad es que si lo hacía, mejor. Así evitaríamos estas charlas inútiles que no sirven para nada y solo me amargan la vida. En la cafetería me habían llamado la atención bastantes veces, por estar despistado según ellos, aunque la verdad es que intentaba estar  atento a las conversaciones de altos ejecutivos que ni me interesaban, pero era mi “trabajo”. Lentamente se acercó, tomándome de mi camisa y pegándome a la pared, me estaba presionando.

-Mira niñato, no te pases ni un pelo conmigo. ¿Acaso no sabes quién soy? Deberías callarte, obedecer y dejarme hacer lo que yo quiera. Responder cuando te pregunto y gemir cuando hago esto –sus labios buscaron los míos, impactando con fuerza intentando adentrarse, pero cerré mi boca lo que más pude al igual que mis ojos. Era inútil apartarlo, tenía mucha más fuerza que yo-. ¿así lo has entendido bien?

-Vete por favor… -tartamudeé un poco al decir, me sentí ridículo no poder ser más valiente.

-Mira –dijo sacando una hoja, en la que se apoyó en mi hombro para escribir- te quiero aquí mañana cuando acabes, que no pase de las doce, ni un minuto más ni un minuto menos, ¿entendido?

-¿Cómo? Mañana es viernes –protesté, se supone que esos era mi día libre junto con el sábado y el domingo.

-¿Tengo pinta de que me importe? Te espero allí –sin más, salió del apartamento. ¿Por qué las cosas tenían que salir así?

Abracé mi sofá como si fuese mi mejor amigo, estaba harto de todo lo que tenía que hacer. No es que me sintiese mal por aquella gente, al fin y al cabo seguramente todos los empresarios de ese nivel harían lo mismo, usarían algunas especies de “espías” para tener más éxito en a saber qué tipo de negocios.

Encendí la tele intentando abstraerme un poco de toda la realidad que tenía a mi alrededor, era triste. Había llegado con tal cantidad de sueños y esperanzas, pero de momento nada se había hecho realidad. La mayoría de agencias no buscaban fotógrafos, ya que todas tenían a alguno de renombre y lo suplían con varios contratos puntuales que no daban para comer.

Tenía cosas buenas, tampoco voy a negarlo. Gracias a venirme a vivir a Nueva York pude conocer a Christian, que era un encanto de persona. Desde el principio se preocupó por todo lo que me pudiese preocupar, asustar o acechar. A cambio intentaba devolverle con todas mis fuerzas su amistad, era mi único amigo aquí y no estaba dispuesto a perderlo por nada del mundo.



-¡Oye Sam! –exclamó Christian pasando su mano por delante de mí, espabilándome.

-Lo siento, no estaba atento.

-Ya me he dado cuenta –y tanto, la cafetería estaba llena con muchas caras molestas-. ves a la ocho que ya me encargo yo de la de aquí.

-Está bien, joder es que menudos días estos…-le sonreí. Era una época muy ajetreada, por lo menos para todo el núcleo de sociedad alta, ya que eran los tiempos de fiestas, despilfarro, desfiles y demás. Si eso era una vida difícil, desearía que hubieran tocado diez.

-¿Qué va a querer? –pregunté a un joven de mi edad, rubio con ojos azules. Era bastante atractivo, y no me miraba como si fuese superior, eso me aliviaba. Me ponía muy nervioso tratar con la gente que despreciaba a los demás con la mirada.

-Un café con leche y un par de croissants por favor –respondió como amabilidad.

-Marchando –asentí y me retiré rápidamente a dejar la comanda.

Todo transcurría con cierta normalidad dentro de la anormalidad, la gente que visitaba la cafetería solía ser de bien, ya que yo por lo menos no pagaba cuarenta dólares por un simple desayuno normal. Eso conllevaba ser uno de los establecimientos más solicitados del centro, más glamurosos que se podían encontrar.

Para mí no era nada del otro mundo, es decir, era muy bonita pero al fin y al cabo seguía siendo una cafetería normal y corriente, por mucho renombre que tuviese. Christian a lo lejos me guiñaba el ojo mientras cogía la propina de una de sus mesas, sabía desenvolverse muy bien con los clientes. Al ser modelo y al ser tan atractivo, lo tratarían mejor supongo.

Vi como el rubio de antes me hacía una seña, invitándome a acercarme, cosa que hice rápidamente pensando en que quizás quisiera algo más o simplemente pagar la cuenta.

-Dígame.

-Me gustaría pedir otra cosa –sonrió cautivador, como si quisiese captar alguna respuesta por mi parte.

-Para eso estoy –respondí, muchas veces era mejor seguir el juego aunque no se sintiera muy cómodo.

-Hm…quería pedirte a ti, pero me conformo con tu número –lo sabía, era bastante recurrente esa frase.

-Pues eso no está en el catálogo, lo siento –asentí cerrando la libreta.

-¿Y por cuanto lo estaría? –otra vez. Muchos de los que iban se pensaban que el personal del Charlotte’s eran acompañantes, prostitutos o como quieran llamarles.

-Por unos cincuenta dólares quizás –me hice el infantil, mordiendo el bolígrafo para apuntar las comandas.

-Bien, pues dame la cuenta entonces y detrás el suplemento, que yo también lo dejaré –se notaba que estaba sediento de sexo, pero no sería yo quien se lo diese ni de broma.

-Aquí está –apunté un número totalmente falso detrás del recibo, recogiendo los cincuenta dólares y aparte lo que había costado la consumición. No era moral, pero de algo tenía que vivir, y aprovecharse de cuatro idiotas como este hacían que me pudiese dar un capricho.

La tarde pasó bastante lenta, no pudimos parar gracias a que Ron decía que se tenía que seguir rindiendo en el local, claro, como él solo estaba en caja… aun así pude hacerlo todo sin problemas, pero ahora mi barriga me reclamaba y Christian lo notó. Habíamos salido hace un par de minutos, y ahora caminábamos por las abarrotadas calles de Nueva York.

-¿Tienes hambre? Hay un restaurante muy bueno aquí a la vuelta, ¿quieres ir? Te invito –siempre tan amable, me abrumaba saber que lo hacía sin pedir nada a cambio, era muy difícil encontrar a alguien así.

-Gracias –sonreí-. A la próxima invito yo.

-No, no, si en verdad lo hago para que celebremos mi nuevo contrato con Armani –hizo una mueca bastante extraña, pero muy divertida.

-Mentira –dudé-. ¿En serio? –pregunté inquiriendo una respuesta rápida, era una marca grandísima y me había dejado sorprendido.

-¡Claro que es en serio! Ven, anda –tomó mi mano y entramos al pequeño restaurante chino, sentándonos en una de las mesas del principio, enfrente del cristal de la entrada-. ¿No te gusta la idea?

-Tonto, si que me gusta. ¿Y cómo es eso? ¿Cuándo? ¿Por qué? Joder Christian me alegro mucho –dije revolviéndole el pelo, despeinando su tupé que tenía laca para regalar.

-Me presenté a uno de los castings mensuales que tienen en la agencia, ya sabes, por probar. Total, creo que le tuve que gustar a uno de los que estaban allí ya que me han propuesto dos sesiones para la temporada verano, no es mucho, pero pinta muy bien en el currículum.

-No sabes la alegría que me da, te lo mereces mil veces Christian, poco a poco vas haciendo tus cosillas, ¡qué guay!

Mientras comíamos el arroz tres delicias que habíamos pedido, hablamos de varias cosas relacionadas a lo que haría él en adelante. Le quedaba mucho para ser un modelo reconocido, pero tenía altas probabilidades de que el trabajo le llamara a la puerta después de colaborar con Armani. Solo podíamos esperar, aunque me hacía mucha ilusión por él.

-Creo que me voy a tener que ir yendo ya, tengo un compromiso al que no puedo faltar –dije con cierta pesadez en el tono.

-¿Viernes por la noche? ¿Compromiso? Uy… -dijo como si tuviera algo entre manos, era un auténtico cotilla cuando quería.

-Tonto –reí.

-Va, dime que haces hoy tan importante que no puedes faltar –no estaba seguro de si decirle la verdad, aunque lo único que sabía era que me juntaría con Bill y ni idea de para qué.

-Pues mira ya que insistes, dime donde está esta avenida, es que la verdad es que nunca la había oído –dije ansioso, ya que por lo menos me podría ayudar. Saqué el papel de mi bolso, entregándoselo.

-¿Lo dices de verdad? –preguntó serio-. ¿qué vas a hacer en el New York Palace?

-¿Qué? No tenía ni idea.

-¿Vas a ver a Bill? –su cara se tornó molesta de repente.

-¡No, no! Es que…-se me daba mal mentir, pero había que intentarlo-. he conseguido entrada gratis, y podré fotografiar a varios rostros conocidos, ¿una infidelidad? ¿Algún borracho? ¿Escándalo? Sam estará allí –reí, intentando ocultar la mentira.

-Bueno, si tú lo dices…

Después de terminar, ya eran casi las once y media. Llegaría tarde, pero en fin… tampoco podía exigir nada el irritante señor Bill. Corría lo más rápido que me permitían las piernas, se supone que no estaba tan lejos, o eso me había dicho Christian. Al llegar, miré a todos lados  para ver si estaba en lo cierto…

Era un edificio majestuoso, de lujo, incluso me pareció haberlo visto en alguna de esas películas de amor. No sería su casa, ¿no? Al entrar por las rejas, vi que era un hotel cosa que me hizo sentirme un poco más aliviado. Por dentro solo entraba y salía gente vestidos de lo más elegantes que podía imaginar, no es que no me gustase, pero no era mi estilo todo ese ambiente.

-Mira que tenemos aquí, un zorrito pobre ha venido a verme –esa voz hizo poner mis pelos de punta, girándome a verle con su cara de…satisfacción. ¿Para qué estaba aquí?

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